Pocas veces un rumor había causado tanta inquietud en tantos países de forma simultánea, sin que nadie tenga claro ni el tamaño ni el impacto de una convocatoria que se organiza en Facebook , pero corre como la pólvora de boca en boca por los barrios más deprimidos del país centroamericano.
Paralelamente, el anemómetro político se mueve de Cancillería en Cancillería intentando frenar la conformación de una tormenta de imprevisibles consecuencias ante la imposibilidad de contener una masa humana empecinada en llegar al Norte.
El Gobierno mexicano dice que se está preparando para la llegada del grupo. “Una nueva caravana se está formando para entrar en nuestro país a mediados de enero (…) y ya estamos tomando las medidas para garantizar que entre de manera segura y ordenada”, dijo el lunes la secretaria de Gobernación de México, Olga Sánchez Cordero. Según Cordero, esta vez se movilizará a cientos de agentes a lo largo de una frontera con más de 370 cruces ilegales, para “controlar la entrada y evitar el ingreso de indocumentados”, aunque insinuó que los migrantes que soliciten visas podrán ingresar legalmente al país.
La nueva caravana quiere imitar la marcha de desarrapados que sacudió la región en el mes de octubre cuando miles de centroamericanos se unieron para caminar en dirección a Estados Unidos huyendo del hambre y la violencia. Cuando la anterior caravana llegó a México, las autoridades cerraron el puente del Suchiate, uno de los principales cruces fronterizos, pero miles de emigrantes tumbaron las puertas y continuaron por el país hasta Tijuana, a casi 3.947 kilómetros de distancia.
Esta vez en México encontrarán un nuevo Gobierno, el de Andrés Manuel López Obrador, que ha prometido empleos y servicios sociales a los centroamericanos que ingresen de forma ordenada y por los puntos oficiales de la frontera, dos ideas que ligan mal con una multitud que se caracteriza por desbordar fronteras y desconocer garitas, funcionarios y pasaportes.
«Las puertas de México están abiertas para cualquiera que quiera ingresar de forma ordenada (…), pero quien quiera meterse de manera ilegal será deportado”, dijo a Reuters Tonatiuh Guillén, jefe de Migración de México, quien viajó esta semana a El Salvador y Honduras para coordinarse con sus homólogos. Por su parte, el Alto Comisionado de las Naciones Unidas de Ayuda a Refugiados (Acnur), confirmó que “no hay certidumbre sobre la magnitud” de esta nueva caravana pero que se prepara para colaborar en la asistencia humanitaria.
La convocatoria de esta nueva caravana era un secreto que se movía exclusivamente en redes sociales pero que el presidente de EE UU, Donald Trump, se encargó de publicitar con un tuit en el que amenazaba a Guatemala, Honduras y El Salvador con cortar las ayudas si no impedían su formación.
Sin embargo, la tarea no es fácil. Aunque el Gobierno de Honduras persigue a los presuntos organizadores con amenazas de cárcel, este no puede impedir la concentración pública de miles de personas en San Pedro Sula ni su posterior tránsito por los países de Centroamérica, donde un acuerdo entre los países del Triángulo Norte les permite moverse sin necesidad de documentos.
Desde que hace un mes miles hondureños se pusieron de acuerdo para caminar juntos a plena luz del día hacia el Norte, el fenómeno cambió el rostro de la migración y alteró las relaciones entre cinco países. A finales de octubre una caravana con más de 5.000 personas salió también de San Pedro Sula, en Honduras. Pocos días después salió otra de 2.000 personas de El Salvador y acto seguido, otra más. A mediados del mes de noviembre, llegó a haber hasta cuatro caravanas recorriendo México de forma simultánea y todas ellas se dieron con un muro, el que separa Tijuana de San Diego.
Finalmente, casi dos meses después, de los casi los 10.000 migrantes que pretendían llegar al Norte, menos de 3.000 continúan en la ciudad fronteriza, según dijo a este diario Irineo Mújica, coordinador de la organización Pueblo Sin Fronteras que acompañó la caravana.
El resto, la mayoría, han pedido la repatriación voluntaria a su país. Otros pocos llegaron a Estados Unidos y otros más se dispersaron por la frontera hacia zonas menos vigiladas. Solo unos pocos se quedaron en alguno de los municipios de México por los que pasó la marcha. Una tendencia que podría cambiar esta vez, ante la puesta en marcha de varios megaproyectos de infraestructura en el sur de México, que requerirán de miles de trabajadores.
Con información de EL PAÍS