“Perdón por no estar ahí por ti las 24 horas; tenía que trabajar y conseguir dinero para tu escuela. Sólo quiero que regreses. Hija, no dejaré de buscarte. Por favor vuelve”, dice Adelaida, madre en busca.
Adelaida trabaja como empleada de limpieza en unas oficinas de la colonia Obrera. Ahí permanece sentada, con sus gestos serios, contando los últimos momentos en los que pudo comunicarse con su hija de once años.
“Me dijo: ‘aquí estoy en Delicias, mamá. Estoy bien’, y me colgó. Ya de ahí no supe más de ella. Intenté volver a marcarle, pero ya nunca me contestó”, cuenta Adelaida, aún con los pies en la tierra.
El presunto secuestrador es conocido de Dulce, también es vecino e hijo del arrendador de la familia Franco Batista. Identificado como José María N. P., de aproximadamente 30 años, primero se puso en contacto con la hoy desaparecida vía Facebook.
Antes de que Dulce le llamara por última vez a su madre, la hermana del presunto secuestrador se puso en contacto con Adelaida para decirle que José María estaba con su hija.
“Les pedí el número del hombre y la dirección, pero su familia sólo me dijeron que no sabían esos datos. Él sabe lo que está haciendo, ya es un hombre grande, él tiene un niño de la edad de Dulce, una familia”, cuenta Adelaida, pensativa, mirando sus manos sobre el escritorio. “No imaginé que un delincuente estaba cazando a mi hija”.
Adelaida es madre y padre a la vez. Su esposo falleció hace cinco años, dejando mayores responsabilidades a la madre de familia, quien tenía que trabajar para mantener a sus dos hijas y un pequeño.
“Yo la descuidé”, se culpa Adelaida. Aunque su responsabilidad en lo que sucedió con Dulce sea nula, ella se culpa. “No la protegí”, insiste, aunque no exista necesidad para ella de justificarse.
La hija mayor de Adelaida le había ocultado un hecho importante sobre José María: meses atrás, el hombre que hoy tiene secuestrada a su hermana mayor también la había acosado y abusado a ella: La había tomado de la mano y la besó a la fuerza, sin consentimiento.
Fue el miedo por el que su hija nunca denunció aquel delito, cuenta Adelaida. “Nunca supe, la mayor me lo contó después de que sucediera todo esto”, explica mientras acaricia sus propias manos.
Poco a poco Adelaida pierde el suelo. Se da cuenta que a pesar de que su hija está desaparecida, es una madre afortunada de saber qué es lo que está ocurriendo y quién es el probable responsable que la mantiene captiva.
“Soy de las madres afortunadas. No como muchas madres que no saben quién se llevó a sus hijas”, lo dice de repente. Rompe en llanto, tapándose la cara con los ojos, secándose las lágrimas.
“Regresa. Te sigo esperando. Te quiero mucho. Te voy a seguir buscando. Que me perdones. No me pienso dejar. Voy a llegar hasta las últimas consecuencias”, ruega a su Dulce desde la la distancia, en pausas telegráficas.