Los huachicoleros habían lanzado un ataque particularmente dañino con el cual drenaron 1,5 millones de galones de gasolina en una sola toma ilegal en diez horas, algo que de inmediato posicionó el tema entre las prioridades del gobierno. Pero el enfoque de López Obrador en contra del robo de combustible como la primera gran iniciativa de seguridad también pareció ser una movida política muy astuta.
Después de llegar al poder impulsado por una ola de populismo iracundo que le dio su respaldo para que rehiciera la nación, López Obrador (AMLO) quería cumplir sus principales promesas: atajar la corrupción y el delito, así como reducir la pobreza y desigualdad al buscar que las fuentes de riqueza nacionales beneficiaran a todos.
Sin embargo, el 1 de diciembre heredó una economía decaída y una desagradable situación de seguridad: México estaba por cerrar su año más mortífero desde que hay registros, con un mundo criminal más fragmentado y complicado que antes y avivado, en parte, por la corrupción crónica en el gobierno.
Atajar el robo de combustible le daba a AMLO una oportunidad para mostrar acciones en varios frentes a la vez. Grupos de delincuencia organizada, a veces con la colaboración de empleados corruptos de Petróleos de México (la estatal Pemex), estaban extrayendo gasolina y diésel de los oleoductos y de las refinerías y almacenes. Eso le estaba costando al gobierno más de 3000 millones de dólares e impedía los esfuerzos para resucitar a Pemex.
“Al enfocarse en el huachicoleo puede adjudicarse el combate a la corrupción y la inseguridad que le permiten hacer cosas en materia de energía que otros gobiernos no pudieron, ayudando así a que Pemex vuelva a ser el gigante que solía ser”, dijo Dwight Dyer, consultor de riesgo y exfuncionario de la Secretaría de Energía de México. “Todo eso se puede vender muy bien políticamente”.
No obstante, aunque hay varios indicadores de que el gobierno ha hecho avances y sumado apoyo de los votantes, no parece haber mucha confianza fuera del gobierno de López Obrador de que dichos avances perduren. Las dudas son alimentadas por una falta crónica de confianza en la capacidad, o voluntad, del gobierno mexicano de someter a los grupos criminales cada vez más sofisticados del país.
El esfuerzo para combatir el robo de combustible empezó a finales de diciembre, cuando el secretario de Seguridad Pública, Alfonso Durazo, desplegó a las fuerzas de seguridad para resguardar tramos comúnmente atacados de instalaciones y oleoductos de Pemex, donde se sospechaba que empleados corruptos estaban permitiendo operar a las mafias del huachicoleo.
Los sospechosos de robo y de colaborar con ellos fueron arrestados, se congelaron cuentas bancarias y se confiscaron propiedades.
Los investigadores descubrieron que el sistema de oleoducto estaba “lleno” de tomas clandestinas, dijo Durazo en una entrevista. “Seguíamos encontrando y encontrando cosas”, recordó.
El gobierno incluso cerró los oleoductos más atacados, lo que provocó escasez y largas filas en gasolineras. Pese a ello la población estaba muy a favor de López Obrador, sobre todo después de que un oleoducto siniestrado estalló en enero en un área pobre y murieron más de 130 personas que se habían reunido en el lugar de la fuga con la esperanza de obtener gasolina gratis.
Menos de cuatro meses después de iniciada su ofensiva, López Obrador anunció que su gobierno había reducido en el robo de combustibles en 95 por ciento y declaró victoria: “Hemos logrado prácticamente desaparecer el robo de combustible”, dijo.
Pemex reportó que el huachicoleo disminuyó a 168.000 galones diarios, en promedio, durante abril, una caída en comparación con los más de 3,4 millones de galones que se robaban cuando AMLO llegó al poder. Indicó que eso significa más de 600 millones de dólares en ahorros.
Pero muchos sospechan que la caída pronunciada del robo de combustible es temporal y que los ladrones solamente están haciendo tiempo hasta que la atención del gobierno se traslade a otro tema.
“Está parado, por ahora”, dijo Roberto González, pastor en una parroquia de clase obrera en Irapuato, ciudad del centro de México donde el robo de combustible era rampante hasta que empezaron las acciones del gobierno. “Pero están esperando el momento en que puedan retomarlo”, agregó.
El huachicoleo es un problema antiguo que empeoró de manera dramática en los últimos años, conforme pasó de ser territorio de criminales y emprendedores locales a una industria dominada por los grupos de delincuencia organizada más grandes del país.
Los funcionarios indicaron que, en los primeros diez meses de 2018, las autoridades encontraron más de 12.500 tomas clandestinas en los oleoductos del país. Para noviembre los huachicoleros estaban robando más de 3,4 millones de galones diarios. En comparación, hace una década solo se registraban unas 460 tomas clandestinas y un robo de 126.000 galones por día.
El impacto se ha sentido de manera especialmente profunda en Irapuato y en estado del que es parte, Guanajuato, al centro de la industria de manufactura automotriz de México.
En los últimos años la región ha tenido un aumento pronunciado en índices de violencia, relacionada en gran medida a las disputas entre organizaciones criminales para controlar el contrabando del combustible, de acuerdo con funcionarios.
El año pasado se reportaron más de 2600 homicidios dolosos en Guanajuato, frente a los 1100 registrados en 2017, según estadísticas oficiales.
Irapuato había sido “muy pacífico” hasta el año pasado, dijo en entrevista Ricardo Ortiz Gutiérrez, el presidente municipal. El derramamiento de sangre empezó de verdad durante la primera semana de 2018.
El aumento en la violencia llevó a Irapuato a la sexta posición en una lista de las ciudades más peligrosas del mundo que tienen más de 300.000 habitantes, según el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal, grupo no gubernamental de México.
La reacción de los grupos criminales a la ofensiva del gobierno ha sido inmediata y fuerte.
Un camión incendiado en marzo por integrantes del Cártel Santa Rosa del Lima durante un operativo policial contra el robo de combustible en Comonfort, Guanajuato Credit Sergio Maldonado/Reuters
En Guanajuato bloquearon caminos con vehículos incendiados para impedir el traslado de las fuerzas de seguridad públicas. Plantaron una bomba en un camión estacionado afuera de una refinería en la ciudad de Salamanca. El Cártel Santa Rosa de Lima, grupo local especializado en el robo de combustibles, lanzó amenazas de muerte contra López Obrador, dijeron funcionarios.
En marzo, atacantes no identificados abrieron fuego contra la oficina local en Irapuato de la Fiscalía General de la República después de que medios reportaran el arresto de presuntos miembros del cártel.
“Son muy crueles, muy crueles”, dijo Ortiz Gutiérrez, el presidente municipal.
Muchos analistas –en el estado de Guanajuato y fuera de él– creen que los huachicoleros regresarán en cuanto el gobierno tenga otras prioridades de seguridad y despliegue a las fuerzas en otro sitio.
“El crimen organizado solamente está esperando”, dijo Gonzalo Monroy, consultor energético con sede en Ciudad de México.
Parte del desafío del gobierno será deshacer el respaldo local que han obtenido muchos huachicoleros. Los habitantes de ciertas comunidades han encontrado empleo con las pandillas y muchos más han preferido pagar gustosos los precios de la gasolina robada que antes se vendía al aire libre en la orilla de las carreteras y desde camionetas.
Los grupos de huachicoleo también aumentaban el respaldo local con regalos para ocasiones especiales, con entregas de alimentos y pagando el cuidado médico y otros servicios comunitarios.
“Hacían fiestas enormes”, dijo el padre González, de la parroquia en el vecindario de Aldama, Irapuato, donde hasta hace poco los ladrones de combustible operaban a plena luz del día.
López Obrador anunció un plan para establecer programas de desarrollo social especial en regiones donde el huachicoleo ha crecido en los últimos años. Y Durazo, el secretario de Seguridad, dijo que mantendrán la presión hasta resolver la situación.
“El despliegue no se va a terminar”, prometió. “Es completamente sostenible y nosotros vamos a mantenerlo todo el tiempo sea necesario”.
Por Kirk Semple
Reportaje New York Times