A medida que las tasas de desempleo en todo el país se hunden a niveles sin precedentes, apañar trabajadores —de cocinas y sitios de construcción, almacenes, Walmarts, taxis y hogares de ancianos— se ha convertido en algo rutinario. En ciudades como Miami que son imanes para los inmigrantes, los recién llegados han ocupado algunos puestos de trabajo, pero los empleadores de varias industrias y estados insisten en que se necesitan muchos más para que sus negocios funcionen, ya no se diga para crecer.
El impacto económico es solo una faceta del debate en torno a la inmigración que vibra con importancia política y moral, desafiando las ideas sobre la identidad y la cultura estadounidense. Pero también es uno que puede examinarse más desapasionadamente al observar los números.
Y los números, según la mayoría de los economistas, indican que hay mucho espacio. Los inmigrantes enriquecen al país, argumentan.
“Sin inmigración, nos reducimos como nación”, dijo Douglas Holtz-Eakin, ex director de la Oficina de Presupuesto del Congreso que ha asesorado a candidatos presidenciales republicanos y ahora dirige el Foro Conservador de Acción Estadounidense.
Esto se debe a que el crecimiento está impulsado por dos ingredientes: el tamaño de la fuerza laboral y la eficiencia con que esos trabajadores producen cosas. Y ambos están muy por detrás del promedio de la posguerra.
Utilizando datos del censo, la compañía de inversión Blackstone Group estima que sin inmigración, la población en edad laboral entre 25 y 64 se conformaría de 17 millones de personas menos para el 2035.