Acusado de cinco cargos, entre ellos varios por narcotráfico, el ex mando mexicano llegó a la sala del juicio con semblante relajado, llevándose la mano al corazón en varias ocasiones, al tiempo que enviaba besos a su esposa e hija, presentes en la audiencia que preside el juez Brian Cogan.
Antes de empezar, se fundió en un abrazo con los miembros de su defensa, dirigida por el abogado César de Castro.
Tras un largo discurso del juez al jurado sobre lo que debe hacer y cómo debe comportarse a lo largo de las ocho semanas que se prevé que dure el juicio, la acusación presentó sus alegatos contra el mexicano.
«El acusado tomó millones de dólares en sobornos una y otra vez (del Cártel de Sinaloa)», dijo el fiscal Philip Pilmar, que recordó que «nadie está por encima de la ley».
«Traicionó a su país y al nuestro».
Según la fiscalía neoyorquina, el director de la Agencia Federal de Investigación (AFI) entre 2001 y 2005 y Secretario de Seguridad Pública de 2006-2012 ayudó al Cártel de Sinaloa a introducir 53 toneladas de cocaína a Estados Unidos, convirtiéndose en un «miembro» más de la conspiración.
Por su parte, la defensa alega que no hay «dinero, ni fotos, ni videos, ni grabaciones, ni textos, ni pruebas» de estas acusaciones.
Este caso está basado en «cimientos inestables», aseguró De Castro.
«Cantidad no es calidad», dijo el abogado defensor al jurado, y cuando «no tienes calidad abrumas con cantidad».
Según la defensa, los testigos del Gobierno son víctimas de la guerra contra el narcotráfico del ex Presidente Felipe Calderón, y pretenden «matar dos pájaros de un tiro: reducir su condena y vengarse de la persona que más odian los narcotraficantes».
El nombre de García Luna surgió en el juicio a Joaquín «El Chapo» Guzmán en el que uno de los testigos contó que le había entregado maletas con millones de dólares en sobornos entre 2005 y 2007.