Luis (los nombres son falsos por cuestiones de seguridad) es superviviente de campamentos donde el cartel obligaba a jóvenes a entrenarse como sicarios. A principios de 2017 él trabajaba en un centro de rehabilitación. No le llegaba el salario y quería alejarse del ambiente de las adicciones. Buscó un nuevo trabajo utilizando las redes sociales. En abril de ese año se unió a la página de Facebook Bolsa de Trabajo GDL y Trabajos Guadalajara. Por inbox lo conectaron para una oferta laboral: 4.000 pesos a la semana como guardia de seguridad. Contactó a la mujer que le envió el mensaje y ella le pidió que se comunicara con Mario, el supervisor de la empresa. Una semana después lo agregaron a un grupo de WhatsApp junto con otras 15 personas interesadas en el trabajo. Les pidieron acudir a un entrenamiento al municipio de Tala y les darían los 4.000 pesos por adelantado.
Luis iba ilusionado. Jamás pensó que al llegar a su primer día de trabajo los meterían en casas de seguridad y luego los subirían a campamentos de la sierra de Ahuisculco, pero no para matarlos, sino para entrenarlos y obligarlos a trabajar para el cartel Jalisco Nueva Generación.
Las familias de algunos de ellos informaron de su desaparición, sin saber que estaban vivos en manos del crimen organizado. La Fiscalía de Jalisco realizó operativos en julio de 2017 y encontró campamentos de entrenamiento. En uno de ellos detuvieron a 15 hombres, de los cuales tres constaban como desaparecidos y pudieron comprobar que estaban retenidos contra su voluntad.
Los tres fueron liberados y su testimonio quedó recogido en la carpeta de investigación 1611/2017, al igual que el de Luis. Gracias a su relato y a testimonios anónimos se sabe ahora que a la sierra de Ahuisculco se llevaron a decenas de hombres de los valles de la región de Tequila, del área metropolitana de Guadalajara, de otros Estados e incluso inmigrantes centroamericanos, y que la esclavitud y el trabajo forzado han sido un modus operandi del cartel Jalisco Nueva Generación para asegurar el funcionamiento de sus negocios.
Entre los reclutados de los que se tiene registro había jornaleros, desempleados, lavacoches, albañiles, cargadores del mercado de abastos, deportados, ex policías, exmilitares, jóvenes recién salidos de centros de rehabilitación de adicciones. Incluso uno de los supervivientes narra en su declaración ministerial que iba caminando de noche por el centro de Guadalajara, sintió un golpe en la cabeza, perdió la conciencia y cuando despertó estaba en una casa de seguridad.
Cuando la Fiscalía realizó el operativo, Luis ya no estaba ahí. Había escapado, pero tiempo después decidió declarar a pesar del riesgo que puede suponer hacerlo.
«Al contactarme para el trabajo pregunté si todo era legal. “Mira, si fuera ilegal no te mandábamos a entrenamiento para que puedas portar un arma. No te apures, todo será legal”. Le dije: «Oiga, pero ¿todo va a estar bien? Tengo a mi mamá enferma y necesito comunicación con ella». Ahí fue cuando me dijo Mario que le caí a toda madre, que iba a llegar recomendado por él.
Agarré un taxi al periférico. A los 10 minutos llegó un carro. Me preguntaron si me llamaba Luis. Les dije que sí. Me subí y fuimos por otro muchacho, nos metimos a un lugar muy enredoso. Salió un güero con barba, pelo poco chinito, gordito, de ojos verdes, ahora sé que se llama Ignacio. Dos mujeres salieron a despedirlo, no se quitaron de la entrada hasta que nos fuimos. Vi nervioso al chófer, fumaba un cigarro tras otro. Le hice plática y me dijo que tenía apenas una semana trabajando, pero que no le habían pagado viajes anteriores. Era el primero de mayo.
Nos dejaron en la carretera y ahí llegó una pick up con otros tres muchachos que venían del Estado de México. Uno tenía ojo postizo, otro era delgado con pierna postiza y el tercero era gordito con un mechón de pelo que le salía de la frente. El chófer era un gordo sucio que nos ordenó subirnos a la caja.
En el camino supimos que los cinco habíamos estado en el WhatsApp un día anterior y habíamos sido contactados por medio de bolsas de trabajo a las que nos inscribimos en Facebook para el trabajo de escolta o guardia de seguridad por 4.000 a la semana. Era muy atractivo para mis necesidades», cuenta Luis.
«Nos cambiaron a otro carro. Dimos vuelta rumbo a Tala, nos metimos en una brecha y llegamos a una finca abandonada, con alambres de púas, palos de madera, había un hombre con cuerno de chivo que nos decía que siguiéramos hacia adentro. Observé que no había muebles, solo personas en el piso, 38 amontonadas en el suelo. Fue cuando me di cuenta que me había metido en un problema porque no era normal eso.
Al entrar al cuarto nos ordenaron guardar silencio y sentarnos, diciéndonos que no podíamos ni ir al baño a menos que pidiéramos permiso. Éramos puras personas humildes y pobres, había gente que tenían cara de malandrines y otros que tenían cara de que no tenían nada que perder en la vida. Me di cuenta que había cruzado la línea de no regresar y que quizá pasaría algo malo, de hecho se percibía un olor extraño, se veía la mirada de tristeza y miseria en las personas».
Una sierra bien conectada
Tala, Ahuisculco, Las Navajas, Cuisillos son poblados que están a menos de una hora de Guadalajara, justo detrás del bosque de La Primavera. Se llega por la carretera libre a Puerto Vallarta. Pasando el bosque hay que girar a la izquierda para entrar al valle del río Ameca, donde hay tierras fértiles llenas de cañaverales y viejas haciendas. Después de Tala, la siguiente delegación es Ahuisculco, una antigua comunidad indígena que aún resguarda el bosque y protege sus ojos de agua. El pueblo está en la falda de la sierra del mismo nombre, una formación volcánica que es en realidad la continuación del bosque La Primavera. Del otro lado de los cerros está el pueblo Las Navajas, donde —dicen los de Ahuisculco— “sí penetró el crimen; la gente aceptó cosas que terminó comprometiéndolas”.
El pueblo Las Navajas se llama así por la gran cantidad de obsidiana que hay en sus suelos y que hace siglos comercializaba como navajas con las comunidades indígenas de la región. Cruzando el pueblo hay una brecha que se interna en el cerro. En este camino está una de las casas de seguridad que mencionan los supervivientes y que fue asegurada por la Fiscalía de Jalisco. Más arriba está el lugar conocido como La Reserva, el rancho que los pobladores de la sierra dicen que pertenece a un tal don Pedro, nombre con el que conocían ahí a Rafael Caro Quintero. Cuentan que don Pedro llegó a finales de los años setenta, sembró marihuana, engordó ganado, controló la región. Aún después de los operativos de la Fiscalía de Jalisco, en julio de 2017, el camino seguía custodiado por camionetonas y jovencitos en moto: halcones. Esta es la brecha que todos los supervivientes mencionan en sus testimonios como la ruta para subir al monte.
Esta sierra, sin nombre en los mapas, es estratégica por su conectividad. Por un lado, tiene caminos que llevan a la carretera a Colima y Manzanillo y por el otro a la Sierra Madre Occidental, que conduce hacia la costa del Pacífico y Puerto Vallarta. Por el puerto de Manzanillo entran precursores químicos para drogas sintéticas que se trasladan por la carretera a Colima y antes de llegar a Guadalajara toman el Circuito Sur o el Macrolibramiento, que los deja a unos metros de Las Navajas, por donde se internan en la sierra que sirve de escondite de campamentos, fosas y narcolaboratorios. Por Cuisillos pueden salir a la carretera que los lleva al norte del país o a Mascota y Puerto Vallarta.
El 29 de julio de 2017 la Fiscalía de Jalisco informó de que entre el 6 y el 13 de junio recibieron seis denuncias por desaparición de personas. Todos ellos avisaron en sus casas que se trasladaban al municipio de Tala porque habían obtenido trabajo como encuestadores, escoltas o policías municipales.
Información de EL PAÍS