“Nos quedamos sin nada, ya se llevaron nuestras cobijas, ya no tenemos carpa, ¿en dónde vamos a dormir?”, fueron las palabras en medio del llanto de “Kevin”, de 6 años de edad, las cuales hicieron que sus padres cruzaran el río internacional para entregarse a los agentes de la Patrulla Fronteriza y que el pequeño se sintiera seguro, narró ayer su tía Meybe, de 29 años de edad.
Aunque sabían que muy probablemente serán expulsados a México bajo el Título 42 a través de otra frontera, al ver que su hijo entró en crisis por el desalojo de los agentes municipales debido al miedo por no tener en dónde dormir, la pareja decidió cruzar el río internacional, junto al que durmieron casi un mes con él y con su otra hija de 9 años de edad.
“Mi hermana se entregó porque no aguantó la presión. El niño preguntaba: ¿en dónde vamos a dormir?, ¿qué vamos a comer?, ¿qué vamos a hacer? De ver al niño llorar, asustado, se desesperó. Yo no crucé porque mi esposo se entregó dos días después del anuncio de que quitarían el Título 42 (el 17 de noviembre) y lo mandaron hasta Tabasco, y ahora viene otra vez en camino, pero tengo tres días que no puedo comunicarme con él”, narró la madre de tres niños de 11, 8 y 4 años de edad.
Algunos se van a la iglesia
Dijo que ella durmió en una iglesia junto con otras familias venezolanas, quienes acudieron ayer al comedor para migrantes Casa Betania, de la iglesia Nuestra Señora del Rosario, ubicada en la esquina de la calle Juan Mata Ortiz y Begonias, de la colonia Bellavista; ahí les dieron bebidas calientes mientras terminaban de preparar la comida.
Otros venezolanos desalojados durmieron en un parque, unos más sobre las banquetas de la colonia Bellavista y algunos fueron a hoteles, narraron luego de haber sido parte de los cerca de 800 migrantes desalojados en un operativo de los tres niveles de Gobierno en el que intervinieron policías municipales y estatales.
Ayer, policías municipales volvieron a desalojar a un grupo de migrantes que habían sido retirados el domingo del bordo del río Bravo y que pasaron la noche en un parque ubicado sobre el bulevar Bernardo Norzagaray, algunos de los cuales pidieron ir a un albergue mientras que otros continuaron a la intemperie a los alrededores de la frontera.
Hasta la mañana de ayer, al menos once de ellos habían aceptado ir a un albergue, mientras otros decidieron buscar casas en donde los acogieran, y unos más continuaron a la intemperie.
Entre ellos se encontraba Yaritza, de 42 años de edad, y cinco integrantes más de su familia, quienes agradecieron a la comunidad de Juárez y El Paso por el apoyo que les dieron mientras estuvieron en el campamento migrante, pero lamentaron que desde que ingresaron al estado de Chihuahua fueron atacados por grupos delictivos y por las propias autoridades.
“Si ha sido por seguridad con nosotros, ellos no hacen lo que hicieron con las carpas, porque muchos tenemos miedo de ir a un albergue, por miedo, porque no dejan salir, porque no sabemos a dónde nos van a llevar. Y ahora nos sentimos más inseguros, sin carpas, sin cobijas y sin chaquetas para los niños. Ellos lo que querían era limpiar ahí”, dijo Desiré, de 25 años de edad.
El riesgo era alto
Roberto Briones, director de Protección Civil municipal, argumentó ayer que dentro de algunas casas de campaña se encontraban generadores eléctricos, conexiones múltiples, baterías y recipientes con gasolina para encender fogatas, por lo que el riesgo de incendio era muy alto.
Aunque el Municipio aseguró que durante el desalojo del domingo participaron las tres agencias de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) que trabajan en Ciudad Juárez, éstas negaron haber estado presentes.