En este periodo, el tabasqueño ha enfrentado tragedias y ordenado operativos fallidos, ha roto el diálogo con la iniciativa privada y descalificado movimientos sociales; ha amagado a los órganos autónomos, acusado a la prensa y hasta pedido explicaciones a los dueños de Twitter y Facebook.
En el Gobierno ha aplicado recortes indiscriminados al gasto, ha recibido renuncias de colaboradores en puestos clave, ha centralizado la toma de decisiones e incluso ha redistribuido en los hechos las facultades de varias Secretarías de Estado.
Y, aunque se ha pronunciado por la defensa de la soberanía nacional y en contra de la injerencia en otras naciones, modificó su política migratoria a petición de Estados Unidos, dio asilo político a Evo Morales y ha criticado hasta al rey emérito de España.
En cumplimiento a sus promesas de campaña, canceló la construcción de un aeropuerto, puso en venta el avión presidencial, convirtió Los Pinos en museo y, sobre todo, destinó la mayor parte del presupuesto público a sus prioridades: los programas de bienestar y sus tres estrellas: la terminal aérea en Santa Lucía, el Tren Maya en el sureste y la refinería en Tabasco.