Proteger la Amazonía fue la parte central de la política ambiental de Brasil durante gran parte de las últimas dos décadas, bajo el mandato del Partido de los Trabajadores.
Sin embargo, con la elección de Bolsonaro, Brasil ha virado considerablemente al retirarse de los esfuerzos que alguna vez hizo por reducir el calentamiento global al preservar la selva tropical más grande del mundo.
En campaña, declaró que las amplias tierras protegidas de Brasil eran un obstáculo al crecimiento económico y prometió abrirlas para fines comerciales. A siete meses, eso ya está sucediendo.
La parte brasileña de la Amazonía ha perdido más de tres mil kilómetros cuadrados de área boscosa desde que Bolsonaro asumió el cargo en enero, 39 por ciento más respecto al mismo periodo del año pasado, según la agencia del gobierno que monitorea la deforestación.
En junio, cuando empezó la temporada más seca y templada que facilita la tala, la tasa de deforestación aumentó 80 por ciento más que en junio de 2018. Estos aumentos se registran en momentos en que el gobierno de Bolsonaro ha retirado medidas medioambientales como las multas, advertencias y la confiscación o destrucción de equipo ilegal que haya en áreas protegidas.
The New York Times encontró que las acciones de aplicación por parte de la principal agencia medioambiental brasileña cayeron en 20 por ciento durante el primer semestre de este año en comparación con el mismo periodo en 2018.
“Lo que nos espera es el riesgo de una deforestación desmedida de la Amazonía”, escribieron ocho exministros de Medioambiente brasileños en una carta en mayo.
En julio, el presidente afirmó que la preocupación con la Amazonía se debe a una “psicosis medioambiental”.
La postura del gobierno de Bolsonaro desató fuertes críticas entre líderes de Europa, tras la firma de un acuerdo de libre comercio de Brasil y otros tres países suramericanos con la Unión Europea, que incluye compromisos ambientales.
Durante una visita a Brasil, el ministro de Cooperación y Desarrollo Económico alemán, Gerd Müller, dijo que proteger la Amazonía es un imperativo global.
Alemania y Noruega ayudan con el financiamiento de un fondo de conservación amazónico de 1300 millones de dólares.
En la campaña, Bolsonaro prometió eliminar el Ministerio de Medioambiente.
“Brasil es como una virgen cotizada que todos los pervertidos extranjeros desean”, afirmó Bolsonaro.
En el pasado, Brasil había intentado presentarse como líder en la protección de la Amazonía y en el combate al calentamiento global. Entre 2004 y 2012 el país creó nuevas áreas de conservación, incrementó las medidas de monitoreo y les quitó los créditos públicos a productores rurales que intentaran derribar áreas protegidas. La deforestación logró su nivel más bajo.
En 2012, agentes medioambientales interceptaron un barco pesquero en una reserva ecológica en Río de Janeiro; Bolsonaro, entonces diputado federal, estaba a bordo. Pasó una hora debatiendo con los agentes e ignoró sus demandas de que abandonara la reserva. Bolsonaro se rehusó a identificarse, pero un agente le tomó una fotografía al ahora presidente en un traje de baño blanco ajustado y lo multaron después. Nunca pagó.
Ricardo Salles, ministro de Medioambiente de Bolsonaro, quiere crear un mecanismo que permitiría que un panel gubernamental tenga la discreción de reducir o suspender castigos medioambientales; exfuncionarios temen que dicho mecanismo debilitará la aplicación de las medidas.
El jefe de gabinete de Bolsonaro, Onyx Lorenzoni, adoptó otra postura: criticó lo que dijo son esfuerzos desde el extranjero para formular la política medioambiental.
Pero, advirtió: “Ahí les va un mensaje: No se metan con nosotros”.