A menos de un mes de su inauguración, Biden está caminando por una cuerda floja política — llena de demandas desde el interior de un Partido Demócrata cada vez más diverso y de facciones — mientras navega en lo que podría ser la transición presidencial con más consecuencias y más escudriñada en la historia moderna de Estados Unidos.
La organización del gabinete de Biden y del staff de alto rango de la Casa Blanca sigue avanzando, aunque la nueva administración estará anclada en los aliados de hace tiempo del presidente electo, veteranos de la última Casa Blanca demócrata y figuras, como el entrante asesor de seguridad nacional Jake Sullivan, quien se esperaba que hubiera jugado un papel crucial si Hillary Clinton hubiera derrotado al presidente Donald Trump hace cuatro años.
Juntos, representan el cumplimento de una promesa — que data de los primeros días de las primarias — el que Biden le dé prioridad a la experiencia para gobernar en una corriente moderada del Partido Demócrata.
Aunque también ha sido criticado, mayormente por la izquierda, por cerrar los ojos a los desafíos que enfrentará por traer a los republicanos a la mesa y por no ampliar su círculo más cercano.
Biden defendió su preferencia por los rostros conocidos en una entrevista conjunta con columnistas de periódicos que se efectuó en esta semana: “Una razón por la que necesito colaboradores conocidos es que ellos saben qué hacer”.
Los aliados de Biden dicen que el presidente asumirá el poder sin tener espacio para la burocracia, traspiés, drama innecesario ni el entrenamiento de sus colaboradores en el puesto que desempeñarán.