Aquella mirada piadosa -«pobre, no habrá podido» sin margen para el “no habrá elegido”-. Aquello del instinto maternal como una bendición natural que viene con el útero y no como una construcción que viene con la experiencia. Aquello del “amor de madre” como un superpoder capaz de cualquier cosa: “la leona” y, su contracara, “la mala madre”.
El rol impuesto por la sociedad, no obstante, ha hecho reflexionar a un buen número de mujeres, quienes deciden no tener descendencia.
El caso que ha generado una amplia polémica, es el de Ailín Cubelo Naval, quien a los 22 años, después de que un ginecólogo se lo negara dos veces, cambió de médico y logró concretar su anhelada ligadura de trompas.
«Te veo muy chica», le dijo el ginecólogo cuando fue a ligarse las trompas.
Si bien la ligadura es el método anticonceptivo quirúrgico que suelen elegir las mujeres que ya tuvieron varios hijos y no quieren tener más, no es su caso. “Como a algunas personas el deseo de ser madres les es natural, para mí era natural no serlo. Me ligué las trompas porque no quiero tener hijos, ni ahora ni nunca”, comentó la joven a Infobae.
En entrevista, dijo que iba a la primaria cuando pensó en la maternidad por primera vez. “Más o menos así debe haber sido para muchas mujeres o personas con capacidad de gestar. Me refiero a esos comentarios tipo ‘y ¿qué nombre le vas a poner a tus hijos?’ o ‘¿a qué edad querés ser mamá?’. Éramos nenas de 8 o 9 años pensando en tener hijos”, reflexiona ella, quien es estudiante de Ciencia Política en la Universidad de Buenos Aires.
«Para mucha gente, si tenés útero tenés que parir, es tu destino”, dice.
Ailín recién había empezado la secundaria cuando se dio cuenta de que no quería tener hijos. En aquel momento pensó “no, no quiero dedicarle 20 años de mi vida a una persona”, y ahora que es mayor tiene razones que define como “más catastróficas”: “¿Traer una persona más a este mundo así como está, a formar parte de esta sociedad, con esta escasez de recursos?, ¿vivir con miedo de que le pase algo si es mujer y con miedo de que haga algo si es varón?, ¿tener un hijo para dejar un legado? ¿qué legado?”, enumera y frunce el ceño.
Nadie que la conozca se asombró: había tenido una buena infancia, no arrastraba traumas, era una decisión: La cuestión es que Ailín tuvo pareja y se cuidó durante cinco años con la suma de pastillas anticonceptivas y preservativos. Fue durante los últimos dos “que se me vino a la cabeza ‘pero si yo no quiero parir y creo que no quiero maternar…’». ¿Entonces? ¿Por qué no pensar en un método a largo plazo? «Fue ahí que empecé a averiguar por la ligadura de trompas”, respondió.
No fue fácil.
En busca de información, Ailín ingresó a un grupo de Facebook llamado “Ligadura de trompas- Argentina” donde al menos mil 200 mujeres y personas con capacidad de gestar comparten sus experiencias. Así se enteró de que la ligadura de trompas es un derecho garantizado por ley desde 2006.
La ley dice, entre otras cosas, que la intervención debe ser gratuita, que no es requisito haber tenido hijos ni tampoco que a la mujer la autorice el novio o el marido. También se enteró de que muchos profesionales de la salud ponen excusas y se niegan a hacerla, o se declaran objetores de conciencia y, en vez de decirles dónde pueden acceder al derecho, buscan la forma de convencerlas de que no lo hagan.
En abril de 2019, con 21 años, Ailín llegó al ginecólogo: “Le dije que quería ligarme y me dijo que no, que volviera en seis, siete meses, que lo pensara mejor porque me veía muy chica. Que tener hijos está bueno, que él tenía dos. Y me pidió una especie de pericia sicológica, como una nota de mi sicóloga que afirmara que estoy en mis cabales. Eso es totalmente ilegal. Me fui llorando del consultorio”.