Decenas de personas dispersas en grupos caminan a la orilla de la carretera, mientras que otras, más afortunadas, son transportadas por samaritanos en la parte trasera de pick-ups para recorrer los 225 km de distancia entre la frontera con Honduras y Ciudad de Guatemala.
Cargando niños pequeños en brazos o en carruajes, los hondureños ingresaron la noche del martes en suelo guatemalteco tras romper el cerco policial en su país, y continúan su travesía hacia la frontera con Méxicopara acercarse a su meta final: Estados Unidos.
Unos 300 migrantes permanecen, sin embargo, en territorio hondureño porque las autoridades migratorias de ese país no extendieron pases para entrar a Guatemala a numerosos menores, provocando la ira de muchos.
«Fuera JOH» gritaban los molestos migrantes, en referencia a las iniciales del presidente hondureño, Juan Orlando Hernández, frente a una nutrida barrera de policías guatemaltecos que impedían cruzar la frontera.
En un mensaje difundido por redes sociales, anónimos convocaron la «Caravana migrante 15 de enero» con salida de San Pedro Sula, la segunda ciudad hondureña, a 180 km al norte de la capital, Tegucigalpa. «Buscamos refugio. En Honduras nos matan», agrega el llamado.
A pesar de las advertencias del presidente de Estados Unidos, DonaldTrump, de no permitir la migración irregular, esta es la tercera caravana de hondureños que emprende ese largo viaje a pie. La primera partió el 13 de octubre.
El mandatario republicano aprovechó la salida de estos cientos de hondureños para volver a defender la construcción de un muro entre Estados Unidos y México, una obra cuya financiación rechazan los demócratas, que tienen mayoría en la Cámara de Representantes. La disputa política mantiene paralizado al gobierno federal estadunidense desde hace meses.
Sin futuro
«Lo hice por la familia, pero me duele dejar mi tierra, a mi esposa y a mis cuatro hijos», indica con resignación Angel Mejía, de 36 años, mientras hace una larga fila para pasar por migración hondureña.
Mejía dejó a sus hijos de entre tres y 12 años en Tegucigalpa con la esperanza de alcanzar el territorio estadunidense y mejorar sus condiciones de vida.
«Lo que era vida en Honduras, ya no es vida», dice acongojado Franklin Aguilera, mientras descansa sentado en la acera de cemento de una gasolinera, junto a su esposa Jennifer y su hijo de dos años y seis meses.
Aunque reconoce que el viaje es peligroso y pesado, Aguilera afirma que dejó su país por el desempleo y la violencia.
Este hombre de 25 años lamenta que en Honduras las fuentes de empleo sean pocas y mal pagadas, como en las fábricas de textil, donde dan trabajo por períodos de tres meses. «Me duele dejar mi país, me voy para buscar trabajo y hacer algo para regresar porque Honduras es bello, pero sin futuro», comenta Aguilera, un soldador y electricista de San Pedro Sula.
Información AFP