La salida del Tren de cuatro vagones, color blanco y verde, ha sido tomada casi como la inauguración de la controvertida obra de mil 554 kilómetros por cinco estados y presupuestada inicialmente en 140 mil millones de pesos, cuya construcción arrasó kilómetros de selva, se inició sin los permisos legales y, según la promesa presidencial, será concluida en diciembre.
«¡Sí se pudo, sí se pudo!», gritó Guadalupe Hernández, una pobladora de Ciudad del Carmen, con una playera guinda y la leyenda «No estas solo» y un muñeco de peluche de Lopez Obrador y un libro del Presidente en cada mano. «Te voy a invitar un tamal de frijoles con chipilín», le gritó un hombre que dos horas antes había estado en el Centro de Convenciones de Campeche donde el Mandatario rindió su Quinto Informe de Gobierno y donde reafirmó su esperanza de inaugurar, ahora sí, el Tren en diciembre.
La primera unidad, con cuatro vagones, salió a las 12:20, lentamente desde esta estación inconclusa, con montones de tierra y techo sin terminar, cruzó un puente entre ligeros aplausos de sus seguidores apostados sobre el periférico; en su recorrido privado iba acompañado por los gobernadores de Campeche, Layda Sansores; de Yucatán, Mauricio Vila, y de Quintana Roo, Mara Lezama, y empresarios y directivos de las constructoras como Carlos Slim, de Grupo Carso
El Presidente llegó pasadas las 12:00 horas a la estación San Francisco que lucía ligeros arreglos para el acto como un jardín levantado hace dos días y un pavimento fresco y entró entre un remolino de empujones y gritos de vecinos que denunciaban falta de mejoras, afectaciones y desalojos de un predio.
Sonreía López Obrador, le firmaba el libro a Guadalupe Hernández mientras los desalojados del predio San Eduardo, ubicado a unos pasos de las vías, se aferraban al cofre de la Suburban negra, lo golpeaban y le pedían que los escuchara, pero sin respuesta. El mismo grupo paró y le gritó «¡Fuera! ¡Fuera!» a la Gobernadora Layda Sansores porque, según su decir, los mandó desalojar hace dos meses para darle cien hectáreas a un empresario.
Sobre este punto periférico, a 20 minutos del centro, se reunieron desde temprano fanáticos de López Obrador y quejosos, las dos cosas al mismo tiempo, para celebrar la salida del primer Tren. «Un sueño, un sueño cumplido», dijo un profesor jubilado con rastas que se hizo tres días desde Oaxaca y miraba la cola blanca y verde del último vagón detrás de la estación.
Los de la comunidad de San Antonio Ebula, una decena de personas, se abanicaban el calor de 34 grados con cartoncillos del Tren Maya que aseguraban que la obra era una justicia para el sureste y se quejaban de que viven a 300 metros de la estación y ni una cancha, ni una pavimentación ni una llave de agua les dieron.
«Estamos a 300 metros de la estación, del otro lado, y aquí van a llegar miles de turistas y que van a decir cuando nos vean, ¿que esto es nido de lobos, cueva del tigre?», dijo el señor Apolinar Ángel Muguel.
Los del pueblo de Seet Ka’an se apostaron con cartulinas fosforescentes para denunciar que la empresa Mota Engil levantó la estación, todavía en obra negra, y dejó sus caminos destrozados.
«El mejor Presidente de México: solicitamos su apoyo para la apertura del Camino directo de Siglo XXIII a la comunidad de de Seet Ka’an. Cómo usted dice: ‘Primero los pobres’ cumplan a entregar material de desecho para reparación de los caminos que está intransitables», decía una manta amarilla.